Me rindo a la evidencia, me hago mayor.

Cada vez me doy más cuenta de que me cuesta más levantarme, coger la bici para ejercitar esa músculatura ya casi de medio siglo, que me es más difícil adelgazar cuando me paso con algún guiso de mi mujer....

Que al mirarme al espejo cada mañana, me veo con menos pelo, aumentando la proporción con el que me queda de unas canas florecientes y con los achaques lumbares y cervicales que ya tengo que empezar a cuidar, que mi memoria desaparece poco a poco pero inexorablemente.

Que mi amiga inseparable, la hipertensión que siempre he padecido ahora se me antoja más peligrosa y ese cuidado extremo con todo lo que ingiero ha dado paso al pasotismo del que piensa, “y que coño, total para cuatro dias…”.

De la vista ando mal y desde hace poco preciso las gafas de abuelo, de esas de ver de cerca y que a la vez permiten, saltándose las lentes sin esfuerzo, adivinar lo que de lejos dentro de nada también veré borroso.

Pensaba que no iba a llegar nunca, pero si hacemos caso a las estadísticas que para alguna cosa están, la esperanza de vida en una sociedad como la nuestra, está sobre los 87 años. Si en mi caso voy camino de los 46, quiere decir que hace ya tres años y medio que he superado mi 50%.

Que cosas tienen las matemáticas, las malditas matemáticas y este tiempo que anda más deprisa que “pa que”, menos mal que todavía el oído lo tengo sano y las ganas de lucha también.

Hoy me toca ya decir que soy ya joven por dentro y que todo ese tiempo que me resta, como decía el rock de Tequila, ¡voy a pasarmelo bien!.