Mona Lisa 1978 - Fernando BoteroContaban nuestras abuelas que la orondez de sus hijos o nietos era señal de buena salud y opulencia. Quizás debido a los registros mentales de quien ha pasado una guerra y una post guerra y ha conocido la hambruna, esa es una reacción normal.

Sin embargo hoy los expertos en nutrición nos están indicando que una de las enfermedades más preocupantes de nuestra era es precisamente la obesidad. Y además actúa como una bomba de relojería con la espoleta retardada, puesto que el mal, se está manifestando 30 años después de haber puesto todos los medios para que así sea.

Los cambios alimentarios de la población, acompañados por el trajín diario y las obligaciones profesionales, cada día más exigentes, hace que dispongamos de poco tiempo para hacer las comidas en familia, sentados alrededor de una buena mesa compuesta de todos los grupos alimentarios, tal y como era costumbre.

Los comedores escolares son una solución pasajera, puesto que ni en las escuelas se han tomado las medidas pertinentes para erradicar las expendedoras de bollería o refrescos y eso, digan lo que digan, es un aporte ingente de grasas animales y sobretodo de azúcares refinados, el veneno más mortífero que se conoce.

Pero es que además, cada día somos más sedentarios. Nuestros hijos han sustituido la bici y el balón por el PC o la Nintendo y lo que antes se quemaba sin darse cuenta, hoy se acumula sin remisión, quien nos iba a decir que esos juegos de calle que a nuestras madres las traia locas con la suciedad acumulada en la ropa, fueran a ser tan saludables para nuestros organismos.

Echando la vista atrás, muchas de esas actividades normales que antaño se realizaban, zurcir calcetines, arreglar las suelas de los zapatos, apañar como fuera esa montura de las gafas que se habían tronchado de un pelotazo, se han dejado de hacer, pasando directamente a sustituirlo por calcetínes, zapatos o gafas nuevas. Hoy en día no se arregla nada.

La tradición más reposada, menos estresante, la del pan con aceite y sal y cosas por el estilo, se ha perdido irremediablemente y tras de ella, para nuestra desgracia aunque no nos demos cuenta, un montón de buenas costumbres. A cambio todo eso lo hemos sustituido por las depresiones y el colesterol. Sin lugar a dudas hemos perdido en el intercambio.