Vivimos en un país, España, en el que que llueve mal. De largos meses de asfixiante sequía pasamos normalmente en otoño a temporales de lluvia dignos de un huracán.

Eso repercute en todo nuestro quehacer diario, ya sea en el transporte, en el precio de los alimentos, en nuestras infraestructuras y hasta me atrevería a decir, en nuestro estado de ánimo, nuestro humor.

Y lo malo es que el ´integrismo´ meteorológico, se va acentuando año tras año, eliminando los meses transitorios que pasan desde el invierno hasta el verano, cargándose, como por un decreto divino, la primavera y el otoño.

Algunos dicen que es el cambio climático, consecuencia directa del recalentamiento de nuestro planeta, otros que es parte de un macro ciclo y que paulatinamente, cuando este haya alcanzado su clímax, tenderá nuevamente hacia lo que entendemos por normalidad.

Lo cierto es que en estos días de lluvias torrenciales, se nos ha parado el país y lo grave es que esta situación se repite cada año.

Me reafirmo en lo que he dicho al principio, en la cuenca mediterránea, llueve fatal , demasiado cerca del mar, en donde se agolpan los porcentajes de población más elevado, en el sitio donde molesta más y en el lugar en donde menos se aprovecha el agua que cae.

Porque, después de tanto litro que ha estado cayendo, ¿Alguien ha visto fotos de nuestros pantanos?.

Con tanta tecnología a nuestro servicio, bien podría alguien pensar en algún sistema para que toda el agua caída, no sirva sólo para provocar desgracias y desaguar en el mar.

Distinguir entre lo urgente y lo importante lleva a nuestros responsables a invertir nuestros dineros en lo que según su criterio, más necesitamos, pero por una vez, podrían empezar a cambiar sus prioridades, por lo que es tanto lo uno como lo otro a la vez. (digo yo ¡!)